Nace un nuevo ser. Un nuevo ser inmaculado, blanco, sin límites, infinito. Lo estábamos esperando hace mucho tiempo, es parte de nosotros y lo rodeamos de amor, de atención, de risas y ensoñaciones. Nos hace feliz sentir su corazón en nuestro pecho o verlo dormir junto a nuestra cama. Y ese bebé crece. Crece sin darnos cuenta, sin hacer un plan de futuro, un proyecto familiar; crece rodeado de cariño ciego, de satisfacciones e improvisaciones. Crece protegido, tan protegido que no tiene espacio para crecer. ¡Cuidado con la sobreprotección!
Para querer hay que aprender a querer
Muchos padres quieren convertirse en amigos de sus hijos, en sus iguales; quieren diluirse en su mundo infantil y de esta manera ganar su admiración, sus secretos y su cariño fácil. Son padres pacientes que explican una y otra vez las razones de sus exigencias, que disculpan, que no utilizan su autoridad porque creen que pueden traumatizarles o herirles; que prefieren no intervenir antes que enfrentarse a sus hijos.
Los hijos necesitan límites firmes para crecer equilibrados, necesitan discutir, aprender a negociar y a superar frustraciones. Nuestros hijos han de aceptar sus errores y aprender de ellos, asimilar la responsabilidad de sus acciones y saber solucionar sus problemas. Deben conocerse y saber controlarse, ser flexibles y relacionarse libremente con su entorno, sin filtros, sin escudos, sin barreras. Con tan solo su educación, sus valores y su buen juicio.
Y para conseguir esto es necesario que exista una estructura familiar clara, vertical, donde los padres están “arriba” y los hijos “abajo“, evidentemente basado en un criterio de experiencia y responsabilidad, no de sometimiento.
¿Por qué? Porque los padres somos los adultos, los líderes que podemos guiar porque sabemos o debemos saber a donde vamos. Los que podemos poner normas y hacerlas cumplir y asimilar para llegar al destino. Somos, en definitiva, los que, con nuestra autoridad y firmeza, establecemos objetivos para nuestros hijos y ponemos los medios para conseguirlos.
Los niños son niños. Los padres, los guías.
“Un padre es mucho más que un amigo”.
Los padres amigos de sus hijos, los padres sobreprotectores, los padres que retrasan sus intervenciones educativas para cuando los hijos sean más mayores cometen un gran error.
Desde que son muy pequeños hemos de prepararles para ser adultos responsables, para que aprendan a hacer lo que deben y no sólo lo que les apetece; para que sepan que conseguir lo que se desea requiere esfuerzo, trabajo y, en muchas ocasiones, sacrificio.
¿Por qué has de evitar que se caiga y se dé un pequeño susto? Al hacerlo está aprendiendo a ser más prudente.
¿Por qué quitar la televisión cuando hay una noticia impactante sobre la desgracia de otra persona? Verlo junto a ti, mediado por tus aportaciones, le permitirá valorar más lo que tiene y ser más empático con los demás.
¿Por qué has de prepararle la ropa del día siguiente? Si tu hijo, que tiene dos manos, dos piernas y dos ojos es capaz de hacerlo él mismo con la misma eficacia que tú.
¿Por qué has de premiarle con un viaje o una bicicleta por aprobar el curso? ¿Acaso no es su obligación, su única obligación?
¿Por qué tiene libertad absoluta para gastar su dinero en lo que quiera, incluida en esas cantidades insanas de “chuches”? ¿Desde cuándo los niños saben poner límites a sus apetencias?
¿Por qué puede salirse con la suya y evitar cumplir con sus tareas domésticas? ¿Acaso no es también su casa? ¿Acaso no cumples tú con las tuyas? ¿Por qué te conformas con que haga una cama mal hecha cuando tiene dos manos para poder hacerla correctamente?.
¿Por qué le tratas y le hablas como si tuviera 7 años si en realidad tiene 11? ¿Por qué no le enseñas con esta edad a cocinar, a limpiar, a hacer recados, a responsabilizarse de la compra diaria del pan o del periódico? ¿Por qué sacas tú los platos del lavavajillas mientras él está leyendo tranquilamente un libro o jugando al ordenador?.
¿Por qué le permites elegir el menú para cenar o la hora de irse a la cama? ¿Quién pone las normas en casa?
¿Por qué, si tu hijo tiene la edad y la madurez necesaria, devuelves tú los videos en el videoclub o tiras las toallas sucias a lavar? ¿Tiene algún tipo de impedimento o es quizás porque se lo impides tú mismo?
¿Por qué contestas tú por él cuando le preguntan algo y él se siente cohibido? ¿Acaso tu hijo es mudo o sordo? ¿Por qué no le das la oportunidad de superar su timidez, permitiendo su silencio?
Por Elena Roger
Pedagoga en el Gabinete Pedagógico Solohijos
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