martes, 24 de febrero de 2015

TE QUIERO SIEMPRE Y TODO LO QUE SIENTES ESTÁ BIEN.


¡Te quiero siempre!

Te quiero cuando estás contento, cuando eres amable, cuando ríes, cuando compartes, cuando ayudas a mamá y papá, cuando eres agradecido, cuando pides las cosas por favor, cuando me abrazas…

Te quiero cuando te enfadas, cuando lloras, cuando no quieres compartir, cuando estás triste, cuando estás frustrado, cuando no sabes cómo hacer algo…

¡Te quiero siempre!

Te quiero pase lo que pase, en cualquier momento y a cualquier hora, hagas o no lo correcto, aciertes o te equivoques…

Mi amor es incondicional.

Este es el mensaje de vital importancia para nuestros hijos.

No es el castigo ni el reproche, ni retirarle nuestras muestras de afecto lo que hará el cambio a mejor. No lo es.

Sé que muchos piensan que la educación que recibieron basada en estos puntos les ayudó a ser mejores personas, les ayudó a comprender lo que hacían mal. Y ellos siguen ahí, todos seguimos ahí, todos hemos crecido y superado esos comportamientos que no gustaban en casa, que no eran apropiados …

De acuerdo, pero ¿a qué precio?

Cerrad los ojos y pensad ¿qué sentís cuando cometéis un error? Quizás sentís que merecéis ser castigados, quizás incluso os castiguéis a vosotros mismos siendo duros jueces y verdugos. Porque los adultos nos castigamos con fiereza aunque no sean dejándonos sin tele o sin salir. Nos castigamos dejando de creer en nosotros, nos castigamos poniéndonos etiquetas duras: “soy débil”, “soy un fracasado”, “no tengo lo que hay que tener para lograr esto…” y miles más, dependiendo de cada persona y cada circunstancia.

¿De verdad os ayudó que ante un error los adultos se centrasen en culpar más que en buscar una solución? Cierto es, que dichos adultos no perseguían las consecuencias que de adultos podemos sentir unos y otros, lo que perseguían era ayudar a aquellos niños. No se trata de culpar porque buscamos enfocarnos en soluciones. Y si no se trata de culpar a los niños sino de centrarse en buscar el modo de resolver, no vamos a centrarnos ahora tampoco en culpar a nadie de nuestra falta de autoestima adulta o de cualquiera que sea el problema, sino de encontrar qué podemos hacer al respecto para nosotros y para nuestros hijos.

¿Y qué ocurre cuando os sentís tristes, agobiados, enfadados…? Habitualmente lo que pasa es que añadimos otros sentimientos a todo eso: nos sentimos no válidos, débiles, con la sensación de estar haciendo algo malo, culpables… ¿Porqué? Porque nadie nos dijo que sentirnos tristes, enfadados, frustrados, etc. estaba bien. Y seguro que al leer simplemente que sentirse así está bien muchos de vosotros habréis sentido un hondo rechinar en alguna parte de vuestro cuerpo.

No hay sentimientos malos ni prohibidos o inadecuados. Forman parte del ser humano y rechazarlos es el primer paso para problemas mayores.

No estoy con esto diciendo que sea estupendo estar todo el día enfadado o triste, lo que estoy diciendo es que todos nos sentimos a veces así y que está bien. Sí, está bien. Incluso tienen su lado positivo, pues el enfado genera energía y arrojo, la tristeza genera espacio para la reflexión.

Así que nuestro primer paso es aceptar estas emociones, pensar que está bien sentirse así y dejarlas ser de forma consciente y canalizando.

Si estás enfadado, sé consciente de que lo estás, respira hondo, exprésalo y pide tiempo para volver a tu centro. Haz algo que te guste, que te tranquilice, que te armonice. Si tu hijo está enfadado no es momento para razonar. Ofrécele buscar su equilibrio relajándose de algún modo, porque enviarle a otra habitación o donde sea a pensar en lo que ha hecho no es sino repetir lo que nuestra generación y otras han sufrido ya en cuanto a la negación de las emociones y el no ofrecer herramientas con las que afrontarlas, dando por sentado que un niño debe saber tranquilizarse y controlarse sin que nadie le haya enseñado cómo.

Afronta la situación del enfado cuando estés centrado. No antes, de este modo eres respetuoso contigo, con la otra persona y con la situación.

Si estás triste de nuevo exprésalo, sin culpas ni reproches (tus sentimientos son tuyos). Quizás te venga bien llorar un rato o estar a solas reflexionando sobre los cambios oportunos. Después busca lo que te haga feliz, sal con amigos, mira una película de risa, lo que sientas que te ayudará… pero no como negación de la tristeza, sino como solución.

No es quizás fácil ver hasta qué punto la educación puede afectar a la vida adulta porque nos centramos casi exclusivamente en el comportamiento que queremos cambiar, pero hay un extenso trasfondo que no debemos olvidar.

¿Qué tal si cambiamos los modos de hacerlo? ¿Qué tal si cambiamos el modo de educar para no solo ayudar a modificar comportamientos sino también – y sobre todo – para dotar a la maleta de nuestros hijos de herramientas que les ayuden a enfrentar la vida?

Ana Isabel Fraga Sánchez

Coach, educadora de padres y en el aula de Disciplina Positiva.


viernes, 20 de febrero de 2015

Estrategias para enseñar a nuestros hijos a solucionar problemas.


Solucionar problemas no es fácil para nadie. Nos cuesta a los adultos, así que… ¡cómo no les van a costar a nuestros hijos!
Explicarles a nuestros hijos lo que deben y no deben hacer, cómo y cuando deben hacerlo… es una parte del proceso de aprendizaje pero insuficiente si no les enseñamos al mismo tiempo a tomar decisiones con criterio y a solucionar problemas desarrollando habilidades cognitivas.


¿Qué podemos hacer para que nuestro hijo sepa elegir la mejor opción entre varias alternativas? ¿Cómo ayudarle a que se enfrente a los problemas con seguridad? ¿Cómo le podemos enseñar a plantearse diferentes soluciones ante una situación conflictiva?
Simular situaciones reales

Reproduce con tu hijo, en un escenario y situación controladas, el problema que no puede o no se atreve a solventar. De esta manera puede Imaginarse en esa situación y “entrenar” posibles soluciones que le permitan barajar en frío diferentes alternativas resolutivas. Se trata de practicar lo que nuestros hijos ya saben de manera intelectual pero que, por diferentes motivos, no saben o no pueden llevarlo a cabo.

Alex, 10 años. Tiene un compañero en clase que a menudo le quita su bolígrafo y no se lo devuelve. Su madre/padre puede adoptar dos posiciones y decirle:

Incorrecto: Te he dicho muchas veces lo que debes hacer. Deberías quitarle los suyos para que aprendiera la lección. La próxima vez le quitas el bolígrafo aunque esté escribiendo. ¡Es muy sencillo!

Correcto: Te molesta mucho que te quiten tus cosas. A veces puede asustar recuperarlas y enfrentarte a tu compañero ¿verdad? Vamos a hacer una cosa: vamos a practicar lo que podrías hacer la próxima vez que te ocurra eso. ¿Qué se te ocurre que podrías hacer? Vamos a jugar a imaginarnos la situación y a representarla. Yo soy Pablo y te quito el bolígrafo. ¿Qué haces tú ahora?

Ambos interpretan diferentes papeles. Al principio la madre es Pablo (el niño que le quita los bolígrafos). Entre los dos ensayan cómo actuar y qué decir ante esa misma situación ya que negarse es lo que más le cuesta a Alex: “No lo cojas; lo necesito yo”, “Es mío, ¡stop!”, “No te lo dejo; ya te he dejado otros bolígrafos y no me los has devuelto”, “Lo siento pero no”, “¡Cómprate uno! Yo también lo necesito”, etc

Posteriormente, cambian los papeles. Alex interpreta al niño que le causa problemas; esta vez tendrá más recursos para enfrentarse a él y resolver la situación favorablemente. Quizás se atreva a decirle sencillamente “No los cojas, son míos y los necesito”, algo que nunca había hecho con anterioridad.
Empezar de nuevo

No os descubrimos nada nuevo con esta técnica pero os recordamos que es muy útil para corregir pequeños incidentes del día a día, no solo con niños pequeños sino también con adolescentes.
Como su nombre indica, se trata de darles una segunda oportunidad para que puedan hacerlo de nuevo pero esta vez correctamente y colaborando.

La operativa es la siguiente: Se le aclara al niño qué es lo que ha hecho mal, cómo se espera que lo haga y se le anima a hacerlo de nuevo, pero esta vez de manera correcta.

Cristina, 15 años.
Ha discutido con su madre por culpa de una camisa.
Le “exige” que se la preste, con imperativos y malos modales: “nunca me dejas nada, no confías en mi, eres una egoísta” etc. son palabras muy utilizadas por Cristina cuando se trata de conseguir algo de su madre.
Madre: “Esta no es la mejor manera de pedir las cosas, así no te la puedo dejar. Quizás quieras intentarlo de nuevo con otras palabras. Te escucho…”

Nacho, 7 años.
Se le ha olvidado lavarse las manos al llegar a casa.
Padre: “¿Recuerdas la norma sobre lo primero que se hace al llegar del colegio?”
El padre le dice a Nacho que vuelva a llamar al timbre de la puerta y que “lo intente de nuevo”, esta vez recordando lo que debe hacer al entrar en casa.

Si tu hijo no obedece, será necesario hacer cumplir las consecuencias. Por ejemplo, en el caso de Nacho, no podrá pasar a la siguiente actividad (en este caso la merienda) hasta que se lave las manos.

Te recomendamos la película “Una cuestión de tiempo”, para ver con adolescentes, en la que se trabaja el tema del error como una oportunidad de aprendizaje y la importancia de las segundas oportunidades. Perfecta para ver en familia!

Elena Roger Gamir
Pedagoga – Solohijos



martes, 17 de febrero de 2015

Los diez pecados capitales de una mala alimentación familiar.

Según explica a Infosalus Susana Domínguez, autora de 'Qué como y por qué. Nueve claves para una alimentación familiar saludable' (RBA, 2014), antes de pensar en lo que supone la educación alimentaria de los hijos hay que plantearse si nosotros mismos adoptamos una práctica alimentaria consciente, coherente y consistente
Conseguir que los más pequeños de la casa coman de forma saludable supone más de un quebradero de cabeza para muchos padres. Más allá de las prisas del día a día, los productos precocinados y los envases monodosis la alimentación familiar parece haberse convertido en una asignatura pendiente para muchos hogares. Según explica a Infosalus Susana Domínguez, autora de 'Qué como y por qué. Nueve claves para una alimentación familiar saludable' (RBA, 2014), antes de pensar en lo que supone la educación alimentaria de los hijos hay que plantearse si nosotros mismos adoptamos una práctica alimentaria consciente, coherente y consistente. "De todos es sabido que los niños aprenden imitando comportamientos más que escuchando razonamientos".

"En general, los niños no precisan una alimentación 'especial' o diferente, sino patrones de alimentación familiar estables y sensatos para aprender mientras crecen", aclara. Para Domínguez, pediatra de Atención Primaria del Baix Llobregat, el escenario que ofrecen los supermercados o la explosiva difusión de la comida rápida ('comida basura') no ayudan a configurar una alimentación coherente con las necesidades y con la propia salud.

En cuanto al papel de los comedores escolares, Domínguez señala: "pocos niños se sientan a la mesa para desayunar, no hay tiempo o posibilidad de comer en casa y la cena se resuelve con frecuente improvisación. Como resultado, el único patrón a imitar para muchos niños es el de la comida escolar".

Para la pediatra, la idea clásica de la medicina que necesariamente 'combate' síntomas o enfermedades debería ser revisada. "La obesidad infantil no es una enfermedad a secas, es la manifestación estadística de una sociedad enferma que ha perdido la conexión natural e instintiva con algo tan primario y fundamental como es la alimentación". "Hay en realidad mucha confusión a cerca de lo que significa, lo que representa y lo que requiere alimentarse bien. Hay que dar mensajes claros y fáciles. Si el abanico de oportunidades va a seguir siendo el que es, adquirir un aprendizaje nutricional parece ineludible", concluye.

Susana Domínguez ha preparado para Infosalus un decálogo basado en los principales errores que existen en la alimentación infantil y de la familia, así como la alternativa más saludable a todos ellos.

1. La excesiva improvisación. La mayoría de las familias (hasta un 80% según algunos estudios) no planifica sus menús semanales. El resultado de la desorganización es una práctica alimentaria desequilibrada que conduce al exceso de peso. Se impone el aprendizaje de conocimientos básicos de alimentación para adquirir criterio nutricional y organizarse mejor. Sin duda, alimentarse bien hoy en día requiere reflexión, una compra inteligente para escoger bien sin dejarse el bolsillo y cocinar un poco más.
2. La sistematización del menú a la carta. Salvo excepciones, se recomienda que la familia, pequeños y grandes, se siente a la mesa para compartir los alimentos, con variaciones en la cantidad y en el ritmo que se pueden respetar. Pero atender los antojos individuales por sistema, o preguntar lo que apetece comer a los pequeños, acaba por romper el balance nutricional o bien convirtiendo la cena en un sainete.
3. Saltarse el desayuno. No desayunar o hacerlo de forma desequilibrada con un exceso de azúcares y grasas perjudiciales es un lugar común en muchos hogares. Resulta útil la provisión de distintos tipos de pan de cereal completo, semillas, frutos secos, aceite de oliva virgen, huevos, queso, atún, embutidos magros, frutas o yogur. Para terminar el ayuno nocturno resulta agradable y necesaria la ingesta de líquido: agua, infusiones, fruta recién exprimida, leche, bebidas vegetales y después seguir con el cereal y la proteína (embutido magro, atún o queso) o prepararlo para llevar (bocadillo).
4. Picotear a todas horas. Cuando las colaciones (cuatro o cinco) se han distribuido bien y se han planificado con criterio sus contenidos, los niveles de azúcar en sangre son más estables (menos subidas y bajadas) y, en consecuencia, es menos probable que apetezca picar entre horas. Los niños que aprenden a comer a sus horas respetan mejor los intervalos y la familia no siente justificación alguna para romper su ritmo con los populares 'snacks' dulces y salados.
5. Comidas tardías y/o copiosas. Los humanos poseemos un 'reloj interno' que ajusta los horarios de ingesta con el gasto energético. Parecería pues ilógico demorar la comida y/o la cena más allá de lo necesario. La solución pasa por conciliar mejor los horarios y agendas familiares para comer antes y cenar pronto. En nuestro país se tiende a cenar tarde y demasiado. Entonces, ¿Cómo van a tener hambre al día siguiente nuestros escolares para el desayuno? Es prioritario adelantar los horarios y organizarse para cenar juntos en familia prontito. La cena debería ser reconfortante pero liviana, para completar las necesidades de todos, sin excesos. Para ello, la verdura, las ensaladas y las sopas se erigen como protagonistas.
6. Refrescos azucarados. Las necesidades calóricas de nuestros escolares no son ilimitadas y si las cubrimos, en mayor o menor parte, con calorías vacías, restamos opciones a otros alimentos que sí aportan compuestos bioactivos (minerales, vitaminas o antioxidantes). Cuando se trata de saciar la sed el agua no tiene rival.
7. Comida rápida. El azúcar o los carbohidratos de absorción rápida se esconden también en la bollería, las galletas, el pan blanco, la pasta y el arroz muy hechos, salsas, helados y postres lácteos y muchos alimentos procesados (sopas preparadas, pizzas yprecocinados). Todos ellos son muy atractivos, sabrosos, baratos y de fácil acceso pero conducen a una elevación rápida de los niveles de azúcar en sangre y si no se 'queman' se almacenarán en forma de grasa. Cuando estos niveles caen bruscamente a las dos horas se despierta la voracidad por seguir consumiendo estos alimentos. Parece sensato identificar este tipo de comida solamente con el ocio eventual o excepcional.
8. Demasiada carne y poca verdura. "Al menos termina el filete" suplican algunas mamás. La proteína animal no debe ocupar más de una cuarta parte del plato o bandeja, al igual que las legumbres y/o los cereales del menú. Cereales y legumbres se complementan muy bien y contribuyen también al aporte proteico. Bastan pues pequeñas porciones de carne blanca o de pescado. La carne roja debe ser de consumo semanal, pero no diario. Los verdaderos protagonistas deben ser las verduras y hortalizas y en menor medida la fruta, representando en volumen, la mitad de la colación.
9. Malinterpretar las recomendaciones. confundir los términos La recomendación de comer más granos y cereal completo no se refiere a aumentar el número de tostadas o de raciones de 'barquitos' en el tazón del desayuno sino a incluir en las comidas la versión integral del grano de arroz, pasta o pan integral y atreverse con otros 'granos': quinoa, avena, mijo, cebada, espelta, trigo sarraceno o alforfón, que conjugan maravillosamente con las verduras o las ensaladas, popularizando merecidamente numerosas recetas en la red.
10. Aversión indiscriminada a todas las grasas. Es injusto e imprudente meter todas las grasas en el mismo 'saco'. Mientras que la grasa hidrogenada de las margarinas, bollería, algunas salsas y otros alimentos procesados perjudica seriamente la salud,la grasa insaturada del pescado azul, los frutos secos y semillas, aguacates y aceite de oliva debe formar parte del consumo habitual por sus propiedades beneficiosas. Eliminar la grasa visible de las carnes, disminuir el consumo de embutidos (y cuidar su calidad) y considerar la ingesta de lácteos desnatados en la población de riesgo de obesidad o alteraciones de los lípidos contribuirán a racionalizar la entrada de grasa saturada.

lunes, 16 de febrero de 2015

¡ Háblame bonito! La importancia de cómo hablamos a nuestros niños.

Si decimos que hay palabras y maneras de hablar que matan, que hieren, que enferman y que condicionan negativamente el desarrollo del niño, es que también hay palabra y maneras de hablarle al niño, que apoyan su desarrollo y su integridad.

El contenido de las palabras, frases como “eres tonto”, “eres vago” etc, es evidente que daña el núcleo del ser del niño, pero como vemos en muchos artículos actualmente, el tono y la manera de comunicarnos también puede dañar o ayudar al niño. “Ponte la chaqueta”, es una frase “neutral”, pero si constantemente digo frases de este tipo, aunque no gritando, pero con un tono seco, duro, lineal, entonces también le hago daño. El grito y el hablar agresivo es nocivo incluso desde el punto de vista fisiológico: En la primer infancia el pulmón aún está aprendiendo a respirar, contantes “sustos” provocados por el grito adulto, crean una contracción y parada respiratoria, que a largo plazo dará un patrón respiratorio y un funcionamiento del pulmón más débil.

En nuestras manos está pues, hacernos cargo, responsabilizarnos de nuestra manera de hablar, tanto respecto a las palabras que usamos como al tono y melodía. En los Talleres de Voz una y otra vez compruebo la falta de conciencia que se tiene respecto a ese “tono subliminal” que emitimos al hablar. Se tiene poca conciencia respecto a que si nuestro tono es duro y siempre emite una energía de cierto enfado, o si por el contrario es demasiado blando y “ñoño” y nuestro NO, tiene poca consistencia. Justamente la mamá que tiene este patrón, cuando no consigue su objetivo, después de cinco somos poco eficientes, grita otros cinco y nos ponemos histéricos!. El punto medio, hablar con claridad, pero desde la asertividad, con seguridad, presencia y energía, pero sin atisbo de agresividad, es todo un reto. Prueben decir ¡Ponte la chaqueta!, con tono lineal pero ascendente, lleno de entusiasmo.
También debemos aprender a hablar con un tono cálido, envolvente, redondo, que no se nos haga “cursi”, que no sea ni el truco del canto, ni el truco de la vocecita ñoña, infantiloide, con la que muchas mamás y educadores se dirigen a los niños, como si fueran idiotas (perdón). Los niños quieren escuchar personas de verdad, auténticas, verdaderas y con control y conciencia de sí mismas, -que esto no se contradice-. SI tengo un tono de voz amplio y profundo (es mi caso), en el diálogo directo con los niños (no es el caso de las rimas, donde llevo la voz muy delante para estar en el tono del niño) puedo dirigirme desde esta voz amplia, que es mi verdadera voz, pero con conciencia del gesto que empleo, procurando que sea cálido y amoroso, o si la situación lo requiere, firme, pero libre de emociones negativas.

Algo muy extendido entre las maestras jardineras Waldorf, para que no haya “peligro” en caer en un tono duro, es el de hablar a los niños cantando, (en pentatónico) “Pon te la cha (re, re, re,re –alto) que ta (sol, sol)”- Podríamos usar este “truco”, ya que es muy eficaz, para dirigirnos al grupo, en frases como “Todos los niños se ponen la chaqueta”, pero nunca en el diálogo directo. En la comunicación Yo-Tu, Tu-Yo, es la palabra la que reina, así es nuestra comunicación humana. El canto tiene otras maravillosas cualidades, crea ambiente, nos une como grupo, nos “eleva” y distiende, pero no está en la escancia del dialogo.

En fin, sé que lo que les propongo es un gran reto, pero se trata del futuro de nuestros niños y por ende de nuestra sociedad…Transformándonos a nosotros mismos, empieza la transformación del Planeta. ¡Animo, que merece la pena!

¿y cómo lo hacemos?

tamaraEs posible, trabajarnos estas cosas, la manera de hablar se puede entrenar, en un primer momento se trata sobre todo de ganar auto-conciencia y auto percepción respecto a nuestro tono y tipo de frases que hacemos, para desde ahí poder ir corrigiendo. En los Talleres “Mejora tu Voz y capacidad comunicativa”, especialmente “Expresividad y Asertividad”, van en esta línea. Aunque también básico, y mucho, es si nuestra voz suena bien, libre de ronqueras y disfonías. Un lenguaje bien articulado y con un tono saludable, también genera una buena disposición de patrones respiratorios y de lenguaje en el niño, ya que por empatía orgánica, sus cuerdas vocales vibran como las nuestras y si nosotros a todos los niveles “vibramos positivo”, ¡más vibración positiva para la vida del niño!.

Y aquí va un consejo para empezar el cambio ya:

Rudolf Steiner nos recomienda lo siguiente: Si has nombrado al niño durante el día (o durante la jornada escolar en el caso de los maestros) con un grito o tono duro, antes de despedirte, vuelve a decir su nombre entero, amorosamente. Así podemos “reparar “ mucho del daño hecho. Lamentablemente muchos padres y maestros dicen el nombre completo del niño, justamente para regañarlos, relacionando el niño su nombre, su identidad entera, a nivel inconsciente, con algo negativo. Enfadados los adultos dicen ¡Alejandro! Y con “buen rollito”, ¡Ale!. Desde mi experiencia respecto a la importancia de ser nombrados con nuestro nombre entero, ya que aúna potencialmente nuestros talentos y cualidades innatas, os invito a cuidar la manera en que nombramos a nuestros niños: nombrémoslos aceptando todo su potencial (nombre entero) y bonito…

Por Tamara Chubarovsky.